Cuando tenĂa 8 años estuve 4 semanas en un campamento
de verano para niñas en el oeste de California. Mi madre creció en ese
campamento, imaginĂ© que le gustarĂa que yo creciera amando este campamento tal
y como ella lo hizo. Es un campamento ubicado en un rincĂłn del Valle
Shenandoah, rodeado por montañas,
condicionado con una gran cantidad de actividades. La mejor de todas era
caballos, montábamos varias veces a la
semana. Sin embargo, 4 semanas es demasiado tiempo para una pequeña niña en su
primera aventura fuera de casa. Cada dĂa recibĂa una acogedora carta de
noticias de mamá o papá donde yo escribĂa lo mismo todo el tiempo… “Los
extraño, echo de menos mi hogar, quiero
ir a casa” Seguido de una lista de actividades y aventuras que habĂamos
realizado ese dĂa o los Ăşltimos 2 dĂas. Recordando este tiempo es claro que era
generalmente reconocida por el personal del campamento como la niña más triste
de la temporada. Se me dio una atenciĂłn especial de muchas maneras, una de ellas
fue ser escogida como la princesa india por una de las cabañas del
campamento.
Cuando mis padres llegaron al campamento el
Ăşltimo dĂa de la temporada, corrĂ y me lance encima de mi madre con gran
felicidad y alivio. Hubo un dĂa de actividades con mis padres que tuve que
soportar, luego de una demostración humillante en el espectáculo de caballos. Yo
insistà para que nos fuéramos enseguida y lo hicimos, aún me recuerdo sentada
en el asiento trasero del carro mientras dejábamos el campamento. En cierta
manera esta experiencia habĂa sido una fuerte prueba para mĂ y estaba aliviada
de volver a la seguridad de mi hogar.
Dicho esto, puede ser sorpréndente saber que
pase los siguientes 20 veranos de mi vida en el campamento. Inicialmente cerca
de casa por un corto periodo de tiempo. Al pasar el tiempo me convertĂ en un
aprendiz de guĂa, luego en guĂa y luego en directora del campamento. A medida
que pasaba el tiempo anhelaba estar en el campamento tanto como una vez deseé
estar en casa. Anhelaba la vida al aire libre y tener la libertad de ser yo
misma dentro del campamento. He estado muchos años en el campamento pero a pesar
de esto, cada primavera comienzo a pensar cĂłmo afrontar las nuevas aventuras
mientras las canciones del campamento suenan a mi alrededor durante todo el
verano.
Hoy
en dĂa con 62 años, me escucho decir nuevamente
la misma frase “Quiero ir a casa. Quiero ir a casa” en esta voz
reconozco el anhelo de alivio, comodidad y seguridad. Un anhelo por algo que va
más allá de nuestra vida cotidiana. Un anhelo espiritual para aquellos que aún
buscan momentos mágicos fueras de casa. Este anhelo frecuentemente me saca del
presente y me lleva al campamento. No quiero estar aquĂ, quiero estar allá. Finalmente
he aceptado que el campamento es mi hogar, como si una pequeña niña deseara
estar a lo largo de su vida en casa. Quizás nuestros miedos e inseguridades,
nuestras incertidumbres y preocupaciones,
colocan un velo enfrente de nosotros que nos impide ver que realmente
siempre estamos en casa y que tiene lugar en nuestro corazĂłn.
Al
salir del campamento un dĂa hace 50 años atrás, me perdĂ el final de mi
temporada. Campistas
experimentados suelen apreciar los recuerdos de la fogata que corresponde a la
ceremonia de cierre de la temporada. Este es uno de los pocos lugares donde el
ritual de despedida recuerda y honra los
tiempos vividos juntos. El año siguiente regresé al campamento de mi madre que
también era mi campamento para asistir a la ceremonia de cierre y finalmente
completar la temporada de mi octavo año. Ahora finalmente puedo decir que el
campamento es mi hogar.
Lydia Pettis es una guĂa ejemplar, asesor y
coach de vida.
Traducido por: Campamento Mi Guarimba
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